Es curioso. Empiezo a contar mi historia con apenas una hora de vida. Acababa de nacer y alguien me dibujó un futuro incierto. Seguramente los dueños (¿amos?) de mi madre. “No me gasto un euro en castrar a la gata. Tiro los bichos por encima de la pared”. Así fui a parar a la terraza contigua, un piso de alquiler.
Nunca mamé, no permitieron a mi madre que me lamiera la bolsa amniótica, no sé si tengo hermanos ni qué suerte han corrido. Sé que la tarde estaba fría como la calle y que yo me doblaba como una carta, enroscado como el cordón umbilical que aún me cuelga. Tenía baldosas sucias bajo la tripa vacía y supongo que aquella sensación era frío y hambre, frío de vientre y hambre de los latidos de un corazón.
Oí voces. Maullé con fuerza. He oído contar que una pareja pretendía alquilar el piso, que la tipa de la inmobiliaria decía que no era la primera vez, que no pasaba nada, que “esto se arregla con un golpe seco”. Me recogieron y, en vez de desnucarme, me dieron lo que luego he identificado como ‘biberón’. Estaba tibio y me reconfortó. Me envolvieron, me besaron (¡qué dulce!)… Y me metieron en una cajita (creo que de zapatos), luego en un coche, y terminé en algún sitio caliente, con besos de leche tibia y el sonido de otros ‘mius’.
Alguien me lame silenciosa por las noches. Creo que se llama Lola, creo que es una hurona y creo que si consigo abrir los ojos podremos jugar al escondite. También distingo dos ‘mius’. Cuentan que uno es negro y trepador, Tarzán o Jane (nuestro sexo es como el de los Ángeles, incierto), que de siempre ha luchado por la comida, que es muy independiente, que salió de la basura y que tenía los ojos muy enfermos. El ojo izquierdo, el verde, ya está bien, el otro tiene una enorme catarata azul.
Y Tigretón/@, se niega a comer sólido, a quedarse sin humanos, a jugar con nada. Ni con nadie que no sea capaz de darle un biberón. Diferentes personalidades para dos situaciones de pánico. Bolsa de plástico, oscuridad, falta de oxígeno, contenedor, basura… La suerte estaba echada. Los municipios cuentan por toneladas los animales sacrificados que se deben incinerar. Eso sube la factura de los residuos. Aquí se cuentan los muertos por penas. Porque son almas que no sobreviven.
Tras una perrita vinieron cinco ‘mius’ rescatados. Ella, la preciosa Piruleta, consiguió una buena familia tras el destete. De los gatos quedan dos, dos que superaron la falta de madre a pesar de las diarreas y las infecciones, de los cólicos y el pánico. Espero crecer, abrir los ojos y conocerlos, espero ver las flores que crecen camino al cielo de los que ya no están. Sé que alguien ha conseguido salvar a seis cachorros elegidos por el azar, sé que hay más personas buenas, y espero mucho, casi demasiado, de un mundo mejor.
Por Blanca Garau.