Ser periodista es como un defecto del escritor que nacería mañana si fuera un poco más valiente, o un poco más leído, o tuviera un poco más de talento. Ser escritor es otra cosa. Cigarrillos y tinta, café con cine y literatura a manteles (sonríe, asiente…) con grandes conversaciones que no grandes discursos, cuchara caliente y silencios sublimes que se recuerdan siempre… No digas siempre y pide otra copa. “Soy escritor porque soy eterno, y la eternidad es el principio de la vida”, dice Antoni Serra.
– ‘Antoni Serra, la ploma i el capell’ (El Gall Editors, 2010)
– Un libro homenaje (léase encerrona cariñosa, pero encerrona al fin y al cabo con la complicidad de la madre de mis hijos y el beneplácito de mucha gente) que me hicieron personas muy importantes en mi vida como Miquel Vicens Escandell y Sebastià Bennasar, Jaume Adrover, Margarida Aritzeta, Toni Figuera, Antoni Planas, Josep-Joan Rosselló, Jeroni Salom y por su pluma Manel Claudi Santos desde donde quiera que esté. Fue por mi 75 cumpleaños, sin saber que soy milenario y trascendente.
Humo y buenos licores. El primer libro de Antoni Serra fue ‘Los cuentos’ (1959), el primero de una serie de siete. Su primera obra en catalán (la lengua de la Terra Inexistent) fue un ensayo, ‘Gent del carrer’ (1971). Es difícil seguir una cronología cuando la memoria te juega malas pasadas, cuando apuntas y bebes y fumas a la vez. Son demasiados títulos para listar, todos con vida propia, todos necesarios.
Serra lleva una década en Marratxí, en ‘es Pinot’, enfrente de Sant Marçal. “Sa Cabaneta es uno de los lugares más privilegiados de esta nostra Terra Inexistent, cómo si no se hubiera asentado Pere Sureda, gran pintor y amigo, o personas intelectualmente excepcionales como Miquel Mas o Antoni Seguí. Lo que tiene Marratxí ‘la guapa lo desea’. Te nutre de gente interesante, te alimenta, te absorbe y te regala. De hecho sólo me acuerdo de Palma una vez por semana, el día concertado de la comida salesiana”.
Agnóstico defensor del Monasterio de Montserrat que le dio refugio (allí conoció al pater Josep Maria Massot) y devoto del Abad Just, se confiesa republicano desengañado de la política. Podría, perfectamente, ser rey de la republica independiente de su pluma.
“La vida es terriblemente aburrida, y yo quiero divertirme. Por eso me invento cosas divertidas”, dice Serra. No se puede hablar de las cosas que hemos vivido con el resto de salesianos en La Ópera (-tristemente desaparecido, Dios, qué postres, qué arroces, qué… perdón. -), o en largas noches de huevos fritos con patatas después de conferencias y presentaciones, la isla palmo a palmo, antes del Gintònic del amanecer. Una mesa redonda nos vio escanciar sidra en un cubo, disfrazados de tulipanes y gaiteros o concursando por el pie más feo entre los comensales (la pareja de al lado, de misa los domingos, huyó discretamente sin acabarse el postre). Una vez por semana el comedor tornaba el mayor espectáculo de las artes y las letras y la buena gente.
Antoni Serra dice que es un ‘vell malsofrit’ intelectualmente crítico, un pseudo-inmortal indisciplinado que tiene por norma de vida las tres virtudes teologales: gula, lujuria y pereza, “que son las únicas verdaderas”. De pajarita y sombrero, con elegancia excepcional, este ‘solleric’ de nacimiento y ‘marratxiner’ de adopción, define la ironía como una irrealidad imaginaria, la más real de todas las realidades del mundo conocido “y del resto de mundos. No concibo su ausencia en la literatura ni en la poesía, de hecho no se puede escribir sin ella porque va de la mano de la crítica desde la época de los griegos y los romanos”, dice. De hecho, define la literatura como “el imposible hecho letra, y por tanto palabra y por tanto frases, páginas, relatos, novelas…”.
– ¿Empezamos con una pregunta que nunca le hayan hecho?
– Afortunadamente, nunca me han preguntado si me gustan los hombres. Pero como buena mujer y lesbiana que soy, no. No me gustan. Tampoco me gustan las mujeres con mentalidad de mal hombre, y menos las que dicen que los jubilados (además de los viejos) son una carga para el Estado.
– ¿Entonces un viejo qué es?
– Un viejo es la persona que ha perdido la imaginación y con ella los reflejos biológicos, sexuales y del movimiento. Nada que ver con la muerte, porque morir no es malo, es consecuente: la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma, así que eso de ‘morir’ es simplemente ocupar otro estadio del universo.
– Parece que las letras no permiten la jubilación…
– Ni el retiro. Jubilarse es salir de la rutina y que te paguen una pensión, por ahí puedo pasar. Pero retirarme… (se ríe)… el día en que yo me retire será que estoy muerto, bueno, ‘transformado’, porque perdí mi inmortalidad el día que nacieron mis hijos, la mitad con Albert y la otra mitad con Clara.
Serra no acabó medicina porque no le hacía ninguna gracia, así que su padre lo metió en un banco. “Nueve meses interminables. Cobré la paga extraordinaria y me fui a sobrevivir por toda España. Era el año 58. Trabajé desde cortador de árboles en Bidasoa, donde conocí al sobrino de Pío Baroja, hasta de payaso en Cádiz. Después Pepe Tous quien me trajo de vuelta, del 61 al 68, hasta que me detuvo la policía por una conferencia que no llegué a dar. Cierto es que ya había hecho mis pinitos con publicaciones subversivas, usando la primera letra de cada línea para mis mensajes ideológicos, por lo que los párrafos, leídos en vertical, ya eran delito si los sabías descifrar, pero bueno…”
– ¿De dónde sale tanta pasión por los libros, con más de 40 publicados y centenares en las paredes del estudio?
– Me la contagió mi padre, que también era escritor. De pequeño pasaba las noches inquietas (de mayor también, eso ayuda a escribir), así que me levantaba de la cama. Siempre había luz en el despacho de mi padre, él escribía sin parar y yo lo espiaba a oscuras.
– ¿Y cómo nace un detective como Celso Mosqueiro, viviendo en un llaüd que se llama ‘Cala Gamba’?
– Mi padre, Miquel Serra Pastor, con varios libros publicados y gran devoto de los rusos, me enseñó a leer novela negra a los ocho años. Con nueve escribí la primera, todavía inédita. Celso Mosqueiro nace de mi devoción a Portugal y sobre todo Lisboa. He estado 11 veces. El nombre viene de un futbolista portugués del Atlético de Baleares, gran amigo y testigo de mi primera boda. Eso dio origen a la saga de cinco libros de novela negra que me propuse, y que escribí. El resto son novelas, ensayos… De ‘L’arqueòloga va somriure abans de morir’ (1986) vendí los derechos de traducción al alemán, y un guión para película y serie en TV3, que nunca se hicieron. El nacimiento de Mosqueiro fue un año antes, con ‘El blau pàl·lid de la rosa de paper’.
– Pero sí han habido muchas aventuras en un llaüd…
– Sí, he viajado mucho en ‘El Marbell’, durante muchos años. Tenía 10 metros, vela mayor, foque y trinquete, fue construido en el 36 y yo conocí al armador. Cada momento tiene su historia, igual que cada historia tiene su momento.
– Sin entrar en la poesía…
– Adoro la poesía, me gusta con locura, aunque nunca me he arriesgado a escribirla, igual que nunca he escrito teatro, pero sí he escrito crítica teatral, entre el 60 y el 68, en Valencia y en Palma. Mi primer desencuentro fue enemistarme con Analía Gadé en una obra de Pemán. En cambio soy entusiasta de Fernando Fernán Gómez, Pepe Isbert y Berlanga. Durante sus rodajes en Mallorca conocí también a Nino Manfredi, realmente tímido pero excepcional en ‘El verdugo’. Bueno, no puedo negar mi pasión por el cine.
– ‘Passió (confessable) per la cinematografia’ (2005) y muchos, muchos números colaborando en ‘Temps moderns’, además de años de crítica cinematográfica, ¿por qué?
– Mi madre era muy devota del cine y siempre me llevaba a ver películas, constantemente. De hecho, mi primera pasión sexual fue ‘Escuela de sirenas’ de Esther Williams. Desde ese momento el erotismo entró en mi vida y de ahí pasó a mis libros.
– ¿Y ahora qué podemos esperar?
– Mucho o nada. Fui uno de los fundadores de l’Associació d’Escriptors en Llengua Catalana, cinco años dirigiendo una librería, refugiado y readmitido, he escrito narrativa que han llamado ‘experimental’, he escrito sobre la Guerra Civil (-no volvamos a los ojos abiertos de un burro muerto-), novela negra, textos de memorias, diario de un escritor en tres tomos y me han traducido al castellano, al italiano y al francés, he hecho muchas cosas y no he hecho nada, porque siempre está todo por hacer. Hay que volver a la literatura de resistencia, leer, escribir, hacer el amor (hacerlo mucho, todo lo que se pueda), seguir loco y enriquecerse, emocionalmente, a cada minuto.
Entrevista y fotos de Blanca Garau.
Toni: estas loco!